“En tal lugar, son las
prostitutas quiénes escogen a sus clientes. Los hombres (los posibles clientes)
entran, se sientan a una mesa, piden una copa y esperan mientras las mujeres
los observan. Si una mujer encuentra a alguno aceptable, se sienta a su mesa,
deja que le invita a una copa y entabla conversación sobre algún tema
intelectual, generalmente relacionado con la vida cultural, a veces incluso
teoría del arte. Sí el hombre le parece lo bastante brillante y atractivo, le
pregunta si le gustaría acostarse con ella y le comunica el precio” (Zizek, S.
Problemas en el paraíso. Pág 26. Anagrama. Barcelona. 2016).
La metáfora es contundente en
relación a nuestras democracias actuales. Los representados somos penetrados,
cosificados al punto de alquilarnos, para saciar el placer subjetivo de los
representantes. Sus fluidos eyaculatorios, circundan nuestros orificios varios,
que debemos tener al cuidado y prestos, cuál urna convencional, que aguarda en
su abertura lasciva, en su hachazo geométrico, dejarse ser ingresada por el
voto, resguardado por el sobre, cual forro protector ante la venérea o el
embarazo no deseado, que consagrara el clímax, el grito furtivo del acabose democrático,
en donde el goce pasa por privar el otro de la reciprocidad orgásmica, de forma
tal de que en tal privación, las leyes de mando y obediencia queden en claro,
los tiempos programados, el presente efectivo y real para el acabador y la
promesa y el futuro incierto para el acabado.
El club, la whiskería, el garito,
el prostíbulo o como se quiera denominar es el espacio público. Sí bien existen
leyes, normas, códigos, todo lo que aparece como definición semántica, como
campo teórico, no arriba como traducción en la arena de lo cotidiano. El ordenamiento,
es más una sensación, un subproducto de lo abstracto. Las verdades a las que
remiten esas correspondencias, son solo en el concierto simbólico, en los
hechos, mero desconcierto. Es decir creemos que está mal matar o violar, pero
cuando tal cosa se perpetra, la penalidad que disponía la ley, se difumina, se
dispersa, en ese transitar, se pierde en ese laberinto Kafkiano, y se ejecuta,
casi desaprensivamente, con el resultante, plenamente alejado entre lo teórico
y lo práctico, acendrando la brecha entre lo que debería haber sido y lo que
fue.
Las reglas sin embargo, tal es la
modificación que ha instaurado lo democrático, sobre todo tras la caída del
comunismo, es que en el digno ejercicio
de alquilar nuestros cuerpos, de prestarlos a cambio de algo, o de someterlo
como un bien de cambio, estamos eligiendo en plenas facultades libertarias el
desempeñarnos de forma tal ante la vida. El gran logro, lo recalcamos, es que
además de putas dignas, invertimos o subvertimos la noción del poder, tal como
el soberano que elige a sus mandantes, o los ciudadanos que elegimos a nuestros
empleados que nos gobernaran por un determinado período, previamente acordado.
En este prostíbulo democrático,
no por casualidad, también en Brasil y en San Pablo, se dio en los ochenta la
experiencia futbolística de la “Democracia Corinthiana”, liderada por Sócrates,
un modelo de autogestión dirigencial como deportiva, se garantiza la liberta de
la puta, del gato (Zizek relata, que le han comentado que es una experiencia
clasista, de allí que usemos la categoría gato que sí bien hasta no hace mucho
en Argentina se usaba para señalar a la prostituta de nivel, la caracterización
gato, devino en señalar al más débil, al más dependiente o sirviente de una
población carcelaria, en la actualidad es usado incluso como insulto político) una
libertad, a todas luces, ficta, por no declararla perversa. Puertas afuera del
prostíbulo, la prostituta no ganará ni el diez por ciento de lo que ganaría
adentro, en cualquier otro trabajo. Por tanto esa libertad, más que relativa,
esta conculcada. Lo mismo les ocurre a las comunidades occidentales, cuando se
le dice que cada dos años, es libre de votar a quién desee. No sólo que están condicionadas
por las propias leyes (el poder legislativo otorgando el monopolio de la
representación a los partidos, o estableciendo sistemas de elecciones internas
que no se cumplen o que devienen en última instancia en la elección de un
todopoderoso que unge a los que desea) por las ejecuciones de las mismas (el
poder ejecutivo que en tiempos electorales otorga más publicidad a los que
medios que se muestran como sus partidarios, mayores recursos en contante y
sonante para sus adeptos) sino también por el principal de los poderes que
sostiene este andamiaje de la democracia prostibularia. En el mismo libro
citado, el esloveno Zizek, narra que en su país el Tribunal Constitucional en
diciembre de 2012, frenó un referéndum para que la población se expresara
acerca de una política económica clave. El crítico de cine, tal como venimos
sosteniendo, sin advertir que es el eje principal, señala la limitación que el poder
realiza desde el judicial a la ficción democrática. Sí el día de mañana los
ciudadanos de cualquier país, deciden acudir a sus tribunales en forma masiva y
sincronizada, para enjuiciar a los políticos que no cumplen sus promesas, a
cuestionar la brecha entre la teoría y la práctica, entre la letra de la ley y
su traducción con la realidad, por no decir que cuestione fundamentos que damos
por hecho como naturales que no son tales: por ejemplo la supuesta igualdad en
el número del voto para un ciudadano en el que el estado estuvo presente en su educación,
en su salud en brindarle posibilidades laborales y para quiénes no, o en el
patrimonio exclusivo y excluyente de los graduados en leyes, para litigar o
reclamar ese servicio público de justicia, los resultados serían a todas luces,
escandalosos. El judicial, correría su velo y se mostraría tal cual es, un
poder, el principal poder que sostiene los privilegios de unos pocos, para
someter a derecho al resto y disciplinarlos con la posibilidad de castigo o penalidad
en caso de que lo desafíen, subvirtiéndolo o intentándolo.
Para volver a la metáfora, las
putas creen elegir, cuando en verdad no tienen otra chance. Tal como nos sucede
en la arena electoral, en el campo político, en la democracia prostibularia.
Nos terminará dando lo mismo que nos penetre el rubio o el morocho, el joven o
el viejo. Ni siquiera se trata en qué posición sexual nos sodomice o las
proporciones de su miembro, ni si quiera si lo llega a usar. El uso que hacen
de nuestro tiempo, de nuestra atención, la posición pasiva (que intenta ser hábilmente
invertida, tanto en el prostíbulo de San Pablo, de allí que se distinga de
cientos de miles de lugares en donde la actividad es la misma, como en la
democracia donde es el gobierno del pueblo, delegado en unos pocos que son los
mismos) rogante, disciplinante, y por sobre todo el resultante es lo
determinante. El clímax, el goce, el polvo, el placer, (traducido en la metáfora
política, los mejores sueldos, las mejores posibilidades, el acceso
indeterminado a bienes, los privilegios, las prerrogativas) son para los
acabadores, los acabados, en el mejor de los casos nos quedamos con algunos
pesos, con algún mendrugo (en los ámbitos más marginales los votantes se quedan
con bolsas de mercadería, vales de supermercados, colchones, chapas, bienes
baratos que galvanizan la práctica institucionalizada de la prebenda o el clientelismo
electoral) cuando no, con la promesa de que seremos amados, rescatados del prostíbulo,
que tendremos la posibilidad de llevar otra vida eligiendo otra manera de
ganarnos los recursos que nos posibiliten el ejercicio de la elección bien
entendida. Estas son las condiciones esenciales, de lo que damos en llamar “El
acabose democrático”, un escenario en donde o acabamos todos, en el sentido
orgásmico o de placer real, o terminaremos todos acabados, en su sentido lato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario