Lo único cierto e ineluctable en
nuestra condición de seres humanos es que vamos a morir. El aceptar terrible
condicionamiento, ha sido función de la filosofía, que en una suerte de
psicoanálisis de lo primigenio se encargó de esto mismo, es decir de pretender
otras verdades, tras la única verdad. Los diversos planteos que emanaban de
estas elucubraciones, permitieron al poder, o a quiénes se disputaban el mismo,
no morir en la primera definición, o no matarse en la primera de cambio. La
política nacía como una posverdad de la posverdad. La religión sin embargo se
encargó de lo otro, de aquello que había dejado de lado el pensamiento mítico.
Es decir se encargó, magistralmente de la no verdad (que no necesariamente es
la mentira) de allí que creer en mundos que estén más allá de este, tal como lo
establecen los monoteísmos, sea solamente una cuestión de fe, un dogma, al que
la verdad o la no verdad no bastan o alcanzan.
En tal ordenamiento de la
sociedad, es decir en el maridaje de la política con la religión, la disciplina
emergía, militarizada, estandarizada, enarbolando esa verdad como regla, como
norma, como ley, como sentencia. Nadie más debía encargarse de la verdad, que
ya funcionaba como un fetiche. La política siguió en su afán de prometerla, de
popularizarla, de extenderla, a sabiendas que
tal cosa jamás ocurriría, pues no estaba dentro de sus posibilidades.
Tal como la religión, que dentro de sus cismas, escisiones o disputas
intestinas de poder, jamás puso en juego, ni tampoco pondrá, su valor de verdad
ultraterreno o su valor de no verdad en esta tierra, que es lo mismo.
La ley, el orden, fueron
utilizados en distintas épocas de la historia, por diversas manos (las que se
encargaban solamente de la política, de la religión, de la finanzas, de la
industria, de los negocios, en simbiosis o en círculos de estos selectos
grupos, que por otra parte, han sido los artífices de todas y cada una de las
revoluciones que conocimos en el mundo, a los únicos efectos de pertenecer y
alardeando la representación de otros que jamás integraron) con la única
intención de imponerse, sin que el valor de verdad, se interpusiera en sus
objetivos de continuar favoreciendo al status quo, por el actuaron, so pretexto
de formalidad, para sostenerlo, una y otra vez.
En las grietas o hendijas que un engranaje
tan cohesionado y preciso, como esto mismo que es llamado sistema, por quienes
creen ser sus más conspicuos adversarios y no son más que sus estrellas más
rutilantes, sus excepciones que confirman la regla, las aceptaciones democráticas
a tales y supuestas amenazas declamativas, se filtran sin embargo, algunas
resquebraduras que son al menos interesante observarlas.
Tal vez con cierta finalidad o
con mera finalidad artística, en donde este ejercicio de observación
privilegiada de seres aburridos del aburrimiento le pretenden buscar una mirada
distinta a la aureola de un pezón o a un prepucio, dejará de ser arte el poder
pensar en un valor de verdad, dado que la teoría del arte no lo establece
dentro de sus cánones y los artistas, como su público, se consideran
subversivos por ver un sorete en una maceta, sin que tal observancia les haga
referir que tal es tal imagen sea la de ellos mismos y sus cuentas bancarias.
Lo cierto, sigue siendo que
moriremos, por más que las distintas manifestaciones de la psicología del
pensamiento de la nueva era o las manifestaciones más de moda acerca de vivir
de forma políticamente más correcta no lo sugieran.
El veganismo metafísico que nos
indica que nuestros niveles de stress o de energías negativas aumentarán en
caso de que pensemos en la muerte, pasa a ser un accionar despiadado de los que
operan en la no verdad. Estos mismos, impulsados por el poder, cuando da cuenta
de que se pueden pensar las resquebraduras o las hendijas, se dirigen entonces también
contra la cultura profundamente entendida, y como siempre con la filosofía. Ser
seres para la muerte o definir sí la vida tiene o no sentido vivirla, pasan a
ser definiciones, de dos poetas, más que de dos filósofos, uno nazi y el otro
pro colonialista en contra de sus propios orígenes, agregaran, furibundos, los
agentes intelectuales a la caza del pensamiento, los cancerberos del orden,
prestos a actuar, con sus manuales atiborrados de respuestas para preguntas que
no necesitamos proferir. Tal como la mayoría de los habitantes de esos poderes ilegítimos
que imperan sobre la cosa pública, y la amoldan a sus más facciosos y vanos
intereses, en nombre claro de un valor de verdad que reina como algo que está
fuera de toda discusión, dado que nunca se lo ha puesto en discusión. El valor
de verdad está escondido, porque no existe plafón como para que podamos
tratarlo con un logos en donde intervengamos con un mínimo de criterio humano.
Que un grupúsculo de privilegiados
que tenemos la posibilidad de garabatear conceptos expresemos que nos puede
interesar o nos debería interesara la verdad, mientras millones, en nombre de
ese valor de verdad, que se trata de no mostrarse, para que no se la discuta,
siquiera se la busque, universalizada en la miseria de sujetos que no comieron,
no comen, ni comerán mañana, es el reflejo, la síntesis, de que nos sigue
importando un cuerno tal verdad, dado que es casi imposible que la hablemos en
las condiciones señaladas.
Limpiando lo metodológico, nos
interesa tanto la verdad como nos ha interesado la filosofía por la filosofía
misma, sin que sea óbice para justificar sistemas de poder o darle contenido a
dogmas que proponen una teleología incomprobable. Nos interesa tan poco la
verdad, dado que es reconocernos en nuestra limitación perenne, terminal, en
nuestra condición de humanos la que caducará, inevitablemente.
El valor de verdad es
inversamente proporcional a la posibilidad de ser felices. El problema es que
para justificar nuestros anhelos, deseos y motivaciones, o tenemos que poner en
juego nuestra propia vida (que es finita, que se acaba, que sólo sucede una
vez) sin que nos interese la otra (esta es la explicación más lógica de porque
la religión es tal) y de allí es que, nos impongamos mediante estas verdades,
que son representaciones de nuestra voluntad y transformemos la vida en un
vodevil de no verdades que las tratamos de hacer pasar como tales, para no
morir en el intento de obtener lo que queremos y por temor a enfrentarnos a esa
muerte.
Ninguna de las fuerzas que se
muestran las bombas o que se exhiben en sus fuerzas militares en caso de que
las usen, necesitarán esgrimir verdades. Si tal cosa ocurre, es porque nos
hemos privado, por miedo y terror, a tratar las verdades más ásperas que desafiaban
nuestra condición humana. Acabaremos en la estampa de un sonido que no permitirá
logos, que será lo mismo que la larga agonía de privársela a quiénes no pueden
comer y a los que tienen miedo de usarla. Una lástima, una pena, algunos pensábamos
alguna vez que los humanos estábamos para otra cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario