2.11.16

Cribado Revolucionario.

Redefinir la conceptualización de lo que arrastramos, eurocéntricamente, desde la revolución francesa, que legó a la humanidad (en verdad al occidente que conquistó a sangre y fuego, para luego, en términos de Gramsci, hegemonizarlo en sus categorías, categóricas o totalitarias) libertad, igual y fraternidad, es un deber ser para con nuestras posibilidades de ser auténticos con nuestro mundo y nuestro modo de comportarnos, es decir nuestro hacer político.
Debemos en primer orden, establecer que significo la revolución francesa, para nuestras consideraciones y que mejor que acudir a un catedrático o estudioso galo, para tal fin:  
 “Su objeto no es tanto conservar la república sino fundarla, desembarazándola de sus enemigos por medio del terror. De allí viene su superioridad sobra la ley, y por consiguiente, su independencia respecto de ella: así, lo que autoriza la suspensión provisoria del derecho es, más allá de la salvación pública, la exigencia superior de fundar la sociedad sobre la virtud de los ciudadanos...Ya no se trata de una guerra o una revuelta, destinada simplemente  a hacer que el poder cambie de manos. Se trata de un reinicio de los tiempos. La obsesión democrática por la novedad hace irrupción en la historia…la revolución no es más que el nombre moderno de la clásica situación de desobediencia legítima, explorada por tantos y tantos escritos de teología política. Sustituye al tiranicidio como instrumento para restablecer un orden superior al poder de los reyes; pero consiste en un instrumento provisorio, un medio por completo excepcional, un paréntesis que se cierra muy pronto, dado que no es sino una figura paradójica de la conservación, no el símbolo de un advenimiento”. (F. Fouret. La revolución francesa en debate. Siglo XXI editores. 2016. Pág. 75.)
Demás está decir que las concepciones izquierda y derecha provienen del entramado francés, que legítimamente, debate aún su revolución. “Burke comprendió que la idea de derechos del hombre, incluye la abstracción constitutiva de la democracia moderna, el universalismo de la ciudadanía. A ella contrapone la sociedad real, los intereses y define lo que se convertirá en uno de los principales temas del pensamiento conservador o de la crítica de la democracia, ya sea de derecha o izquierda; la diferencia de los individuos concretos invocada contra la pretensión de fundar la sociedad sobre su identidad abstracta” (Ibídem, 102).
La presurización en los ámbitos académicos en nuestras tierras imposibilito la posibilidad de que pensáramos, desde nuestras categorías, con todo el temor a ser rechazados por esa hegemonía dominante, que estipulaba las notas, los honorarios y todo lo numérico que dispone como modo disciplinador lo occidental u occidentrista.  Ningún catedrático, podría seguir, pese a su libertad de cátedra, seguir siendo tal (es decir, cobrando por ello, además) si hubiese osado, descarrilar lo estipulado por la academia, eminentemente, eurocentrista. A lo sumo ser neomarxista, para un intelectual salido de los ámbitos académicos, resultaría aceptable, más no así, afirmar, desde el más común de los sentidos, estipular, que ninguna dictadura del proletariado podría ser posible en tierras sin proletarios, como las nuestras.
Así como la revolución Inglesa, influenció en la francesa, esta lo hizo con la bolchevique. Nuestras revoluciones, tanto la radical como la peronista, son productos de todas las mencionadas. Bien podríamos decir que estamos empachados de revoluciones y de allí la necesidad del actual cribado.
Sí bien son disputas que bien podrían catalogarse como semánticas, apuntamos a esa necesidad de esmerilar lo hegemónico. Esta es la razón tanto de estas palabras, como de la dispersión de las mismas, en el fondo, un grito de libertad desde las entrañas de lo que sentimos como posibilidad de lo político desde  nuestras perspectivas.
 Podríamos establecer, solicitar, pedir, clamar o peticionar, para que abandonemos las consideraciones de izquierda y derecha, por asepsia conceptual, también de peronismo, radicalismo o expresiones de lo partidocrático, por más que esto se siga usando en la arena electoral. Ofrecemos usar dos grande categorías que ya pertenecen, sin gravitaciones imperiales, al conjunto de la humanidad. Algunos, políticamente consideran a la política desde lo general y otros desde lo particular. Tendríamos Multiplicistas o Generalistas o Unicistas o particularistas. Para algunos es prioritario el acudir en la ayuda a un vecino que esté sufriendo, por más que sean cientos que estén peor o igual y no se pueda asistirlos, antes que estar dentro de una oficina sin asistir material o realmente a nadie, pero pensando ejecutar una política pública que resuelva de una manera más integral y racional la problemática, pero frío y descorazonadamente.
Cómo también empezar a redefinir, que implica desde nuestras consideraciones, la revolución o la posibilidad de suscribir un nuevo acuerdo ciudadano para que quepan más mundos en el mundo.
A nadie le puede escapar que Latinoamérica, aún no puede librarse de las cadenas conceptuales que la vinculan a Europa. Esta expresión no corresponde a una línea de pensamiento o a una forma de hacer política, como sostienen, confusamente, quiénes se autodenominan populistas, haciendo de este término un coto de caza, que incluiría una revolución libertaria latinoamericana con impacto en Europa. Las últimas elecciones presidenciales libradas en países como Brasil, Argentina y Perú, sumado al plebiscito constitucional en Bolivia, como el geopolítico en Colombia, demuestran que la táctica o el sendero electoral, tan eurocéntrico, como distante de las raíces del ser mismo latinoamericano, que se da en llamar en política electoral “Ballotage” (proveniente del Francés que significa segunda vuelta electoral entre los dos candidatos más votados, tras una primera vuelta donde participan varios) sólo ha construido o derruido, deviniendo en una democracia incierta, en todo caso, sostenida en lo agonal y en donde se fuerza a una lectura de lo populista, útil a lo sumo para el maridaje entre intelectuales sostenidos por el sistema de lo antisistema y adláteres prestos a sostener tales banderas que muy poco tendrían que ver con una noción actual de un modelo republicano, en donde en verdad, ni siquiera está en discusión ni la libertad, ni mucho menos la igualdad. No es casual, que desde hace un tiempo, o desde la elección pasada en España y hasta que se forme gobierno, por parte de los entusiastas arriba mencionados, se pretenda cambiar el sistema electoral, exponiendo como modelo, el desaconsejable sistema Francés o de Ballotage que viene carcomiendo la institucionalidad democrática, Brasil como ejemplo paradigmático, precisamente por este mismo y cuestionado vicio de origen, al que se le pretende nutrir de conceptos académicos sólo plausibles en recintos universitarios de la más vieja, selecta y esclerotizada Europa.  
La categorización en la que incurren, medios de comunicación, como referentes políticos e intelectuales, para definir los procesos políticos en Latinoamérica de un tiempo a esta parte, se ha corrido, a la vara, exponencialmente Eurocéntrica, de derechas e izquierdas. Este muro conceptual es el que se debe terminar de derribar, debemos redefinir estas categorías de la política, para que nuestros diagnósticos, dejen de ser meros relatos de hechos que no suceden en lo profundo de nuestro latinoamericanismo.
Muy pocos podrían estar de acuerdo en que el actual sistema democrático, es el mejor con el que podamos contar. Desde hace tiempo, que existe consenso en que ciertas reglas, o las reglas de juego deben ser cambiadas. Para ello, el diagnóstico debe ser preciso o cuasi exacto. Nada más alejado, en Latinoamérica sobre todo, como los de arriba o los de abajo, como propone el maridaje entre lo agonístico y lo consensual.
Esta visión de “Realpolitik”, nos posibilita desandar, la orilla, el cruce, la convergencia entre lo que se debate en los claustros universitarios, o en los escritorios de los intelectuales y lo que sucede en las calles, en la arena compleja de la ausencia absoluta del estado, que solo recurre, por intermedio de quiénes lo representan, a tales lugares, en los tiempos de la elección o de la jornada electoral. Esto es lo que consideramos que agrava ese lazo,  milenario, que se sostiene, míticamente entre representantes y representados.
Los medios de comunicación podrían dejar de ser complices de los populistas, a quiénes los escogieron, engañándolos con propagar sus egos, para que sean funcionales al concepto de Lampedusa de que todo cambie para que nada cambie.

“Como señala acertadamente Wiredu, la democracia consensual supone que todos los miembros de la comunidad pueden llegar, por el diálogo, a descubrir un bien común sustantivo. »Los seres humanos tienen la capacidad de abrirse paso entre sus diferencias hasta tocar fondo en la identidad de intereses.«  En efecto, en las comunidades premodernas, el pueblo puede coincidir en los fines y valores superiores, aceptados por la tradición, que presentan unidad a la comunidad. En cambio, las sociedades democráticas modernas y complejas no comparten necesariamente ese supuesto. La concepción liberal de la democracia se levanta sobre el supuesto contrario; es una manera de responder a la multiplicidad de concepciones del bien común que responden a intereses divergentes. Si el Estado aceptara una concepción sustantiva del bien común, sería por la imposición de un sector de la sociedad sobre los demás. De hecho, eso es lo que puede suceder, en la realidad, si se sigue con rigidez el principio del gobierno de la mayoría” (Villoro, Luis, Sobre la democracia consensual, p.12)
“La revolución es el triunfo de un nuevo pacto social y político, fundado sobre una nueva relación del hombre con el poder, en la cual el ciudadano reemplaza al sujeto y la libertad a la autoridad”. E. Quinet.
Existe parcialmente un camino, un sendero, un transitar que inobjetablemente nos tiene a medio hacer, a medio realizar, en el momento exacto en el cuál es sumamente válido preguntarse sí falta más de lo ya transitado o sí resultaría más conveniente regresar.
Regresar sería apasionarnos, enceguecernos con nuestras democracias y creer que no exista nada mejor que ella, por temor a creer que necesariamente otra cosa, sería retroceder a los tiempos de las dictaduras. En un ejemplo común y llano, sería como sí continuásemos con nuestra pareja, por más que no la amemos, o incluso la odiemos, porque creamos que de lo contrario volveríamos con un primer amor, aún más desastroso del cual ya nos hemos alejado.
En todas las aldeas occidentales en donde estalla mediáticamente un conflicto, los requerimientos a lo democrático, son casi, copias exactas, sintomatologías iguales de una pandemia que tiene como punto neurálgico o cabal de su ferocidad a la democracia en su forma y contenido.
La brecha, el abismo entre representantes y representados, en cómo viven unos, bajo sus propias reglas, que incluyen ética y moral sectorial, facciosa, y que les otorga el derecho a exigir a los demás, todo tipo de esfuerzos, que obviamente los primeros no realizan, sumado al estado general de una humanidad que ofrece a los pocos con contante y sonante que mediante el metálico pueden acceder a una vida cada vez más ficcional, estrafalaria e irreal, como atractiva, a expensas de que cada vez sean muchos más los que se queden con las ganas, con la ñata frente al vidrio, de todo lo que ese mundo ofrece (sin que puedan mostrar lo contrario, lo que el mundo realmente es, donde en verdad muy poco, de lo artificial o humano se precisa) y que por más que trabajen, vidas enteras, jamás lo alcanzarán, hacen de la realidad actual, un caldo de cultivo para que el orden establecido cambie, varíe, se modifique, en la sustancialidad de lo que se denomina democrático.
Uno de los tantos problemas en este transitar, en este sendero, es precisamente lo metodológico, es decir cómo llegar a tal objetivo, de una forma más auténtica, rápida, efectiva o con menos concesiones entregadas en el camino.
El aspecto conceptual que defendemos para sostener argumentalmente la siguiente propuesta, es que para aquellos que el sufragio, el voto o la emisión del mismo, en la cuenta final de la jornada electoral vale cinco (5) se debe no a lo que hicieron o dejaron de hacer individualmente, sino lo que el estado, ha dejado de hacer por ellos, que podría sintetizarse en reducirlos a la pobreza o la marginalidad. De allí que el término sea “Compensatorio”, es decir, todos los días y años en que el estado no estuvo para estos ciudadanos, estará el día de la elección, mediante la fuerza que le debe devolver para que el voto de estos, se diferencie de quiénes sí han tenido al estado en sus vidas o días más allá de una elección. Este empoderamiento, o devolución, significará la posibilidad de que estos puedan defenderse en su dignidad, cuando sus representantes o candidatos a representarlos vayan a intentar seducirlos mediante la dádiva, la prebenda o el intento de compra directa de sus votos, haciendo uso y abuso de la situación de marginalidad a la que están sumidos, por ese mismo estado que nos lo defiende y que tiene como representantes a esos que van en busca de explotarlos en su dignidad, pidiéndoles que los voten trocándoles la decisión por algo puntual. Esto generará que la legitimidad de la representación, se ajuste a derecho, pues aquellos que no tienen o cuentan con el estado que les debe garantizar al menos no estar en la situación de pobreza en la que se encuentran, siendo presa fácil de los extorsionadores del voto, como de la delincuencia (como salida económica o como mecanismo de defensa ante un sistema que los discrimina y repele), y de todo tipo de enfermedades que les produce el esquizoide mensaje de que son parte, pero no tienen lugar, ni oportunidad de sentirlo o vivenciarlo, readecuando a la democracia representativa en su instancia más crucial, simbólica y paradigmática, como lo es el momento de la votación o la elección. Hacer visible, en la contundente forma, de que todos aquellos a los que nuestro sistema tiene afuera, valen como voto el número de cinco (5), nos impelerá a trabajar seriamente en generar una democracia verdaderamente inclusiva, más allá de los detalles de lo ideológico, lo partidario o lo cultural de cada pueblo que se precie de habitar y de convivir bajo un régimen en donde la representatividad, no tenga vicios de origen, o apañe situaciones históricas de desigualdad, injusticia y marginalidad, para sostener la perversa mentira de que todos en la misma proporción tenemos la misma contemplación del  estado, del que sí, en este caso, sin excepción todos hemos cedido en nuestra libertada política para su conformación.


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