Tal como lo reconoce la ONU la
libre autodeterminación de los pueblos, debe generar la posibilidad, mediante
consulta popular, del derecho a secesión, en todos los casos del conjunto de occidente que se vienen replicando (Quebec,
Escocia, Cataluña) y que podrían ir en aumento (¿California?) y que responden a
una lógica geopolítica en donde el otrora mundo globalizado, dará paso a un
contexto mundial, en donde se restaura el espíritu griego y por ende auténtico
de lo democrático, en donde las polis (pequeñas ciudades estado), se
constituían en las unidades administrativo-político-sociales, por antonomasia.
Mientras una masa ingente aún se sigue preguntando porque en la figura, cada
vez más ficticia del estado nación de cada uno de los países en crisis, sobre
todo aquellos en donde los pobres y marginales, en su gran mayoría y
estructuralmente, nacen, viven y huyen de sus geografías para irse a otros
sitios en donde el mismo sistema funcionaría (sin ellos claro, esta, que son
conminados a archipiélagos de excepción), otros, estudiamos una repuesta
integral, abarcadora e inclusiva. Poder plantear bajo cláusula de reforma
constitucional tal como expresa el artículo 39 de la constitución de Etiopía o
el artículo 219 de la Constitución de Sudán (por citar ejemplos no polémicos,
sino nítidamente claros) la secesión bajo consulta popular, podría significar
el anhelo espiritual, y la coherencia histórica del destino de todas y cada una
de las Repúblicas en crisis con sus
soberanos o su concepto de soberanía. De lo contrario, quienes tengan la
posibilidad, podrán habitar Wirtland (primer país soberano basado en Internet
del mundo, un experimento en la legitimidad y la autosostenibilidad de un país
sin su propio suelo) dando nacimiento al concepto político de soberanía
virtual, que deje de ser tal, o además de ser virtual, también sea real.
Ludwig von Mises, Ya se ha
señalado que un país solo puede disfrutar de paz interior cuando una
constitución democrática ofrece la garantía de que el ajuste del gobierno a la
voluntad de los ciudadanos puede tener lugar sin fricciones. No hace falta nada
más que la aplicación coherente del mismo principio para asegurar también la
paz internacional.
Los liberales de épocas
anteriores pensaban que los pueblos del mundo eran pacíficos por naturaleza y
que solo los monarcas deseaban la guerra para aumentar su poder y riqueza con
la conquista de provincias. Por tanto, creían que asegurar una paz duradera
bastaría para remplazar el gobierno de príncipes dinásticos por gobiernos
dependientes del pueblo. Si una república democrática encuentra que sus
fronteras existentes, moldeadas por el curso de la historia antes de la
transición a liberalismo, ya no se corresponden con los deseos políticos del
pueblo, estas deben cambiarse pacíficamente para ajustarse a los resultados de
un plebiscito que exprese la voluntad del pueblo. Siempre debe ser posible
cambiar las fronteras del estado si se ha expresado claramente la voluntad de los
habitantes de un área de formar parte de un estado distinto de aquel al que
pertenecen. En los siglos XVII y XVIII, los zares rusos incorporaron a su
imperio grandes zonas cuya población nunca había sentido el deseo de pertenecer
al estado ruso. Aunque el Imperio Ruso hubiera adoptado una constitución
completamente democrática, los deseos de los habitantes de estos territorios no
habrían sido satisfechos, porque simplemente no deseaban asociarse a ningún
tipo de unión política con los rusos. Las demandas democráticas eran: libertad
del Imperio Ruso, la formación de una Polonia, Finlandia, Letonia, Lituania,
etc. independientes. El hecho de que estas demandas y otras similares por parte
de otros pueblos (por ejemplo, los italianos, los alemanes en Schleswig-Holstein,
los eslavos en el imperio Habsburgo) solo pudieran satisfacerse recurriendo a
las armas ha sido la causa más importante de todas las guerras que se han
librado en Europa desde el Congreso de Viena.
El derecho de autodeterminación
con respecto a la cuestión de la membresía en un estado significa por tanto que
siempre que los habitantes de un territorio concreto, sea una sola villa, todo
un distrito o una serie de distrito adyacentes, haga saber, por medio de un
plebiscito realizado libremente, que ya no quieren permanecer unidos al estado
al que pertenecen en ese momento, sino que más bien desean formar un estado
independiente o incorporarse algún otro estado, sus deseos han de respetarse y
cumplirse.
Llamar a este derecho de
autodeterminación el “derecho de autodeterminación de las naciones” es
entenderlo mal. No es el derecho de autodeterminación de una unidad nacional
delimitada, sino el derecho de los habitantes de cada territorio a decidir
sobre a qué estado desean pertenecer. Esta incomprensión es aún más grave
cuando la expresión “autodeterminación de las naciones” se hace que signifique
que un estado nacional tenga el derecho a la secesión y la incorporación contra
la voluntad de los habitantes de parte de la nación que pertenece al territorio
de otro estado. Es con los términos del derecho de autodeterminación de las
naciones entendido en este sentido, con lo que los fascistas italianos tratan
de justificar su reclamación de que el cantón Tessin y otros cantones se
independicen de Suiza y se unan a Italia, a pesar de que los habitantes de esos
cantones no tienen ese deseo. Una postura similar es la que adoptan algunos
defensores del pangermanismo con respecto a la Suiza alemana y Holanda.
Sin embargo, el derecho de
autodeterminación del que hablamos no es el derecho de autodeterminación de las
naciones, sino más bien el derecho de autodeterminación de los habitantes de
cualquier territorio lo suficientemente grande como para formar una unidad
administrativa independiente. Si hubiera alguna forma posible de conceder este
derecho de autodeterminación a cada persona individual, tendría que hacerse
así. Esto solo es impracticable debido a consideraciones técnicas convincentes,
que hacen necesario que una región esté gobernada como una única unidad administrativa
y que el derecho de autodeterminación se restrinja a la voluntad de la mayoría
de los habitantes de áreas suficientemente grandes como para considerarse
unidades territoriales en la administración del país.
Hasta ahora, cuando se ha dado
algún efecto al derecho de autodeterminación y allí donde se le ha permitido
tener efectos, en los siglos XIX y XX, llevó o habría llevado a la formación de
estados compuestos por una sola nacionalidad (es decir, gente hablando el mismo
idioma) y a la disolución de estados compuestos por diversas nacionalidades,
pero solo como consecuencia de la libre elección de aquellos con derecho a
participar en el plebiscito. La formación de estados que comprendieran a todos
los miembros de un grupo nacional, sería el resultado del ejercicio del derecho
de autodeterminación, no su propósito. Si algunos miembros de una nación se
sienten más felices siendo políticamente independientes que formando parte de
un estado compuesto por todos los miembros del mismo grupo lingüístico, por
supuesto, se puede tratar de cambiar sus ideas políticas mediante persuasión,
para atraerlos al principio de nacionalidad, según el cual todos los miembros
del mismo grupo lingüístico deberían formar un solo estado independiente. Sin
embargo, si se busca determinar su destino político contra su voluntad,
apelando a un supuesto derecho superior de la nación, se viola el derecho de
autodeterminación no menos efectivamente que practicando cualquier otra forma
de opresión. Una división de Suiza entre Alemania, Francia e Italia, aunque se
realizara exactamente de acuerdo con las fronteras lingüísticas, sería una
violación tan flagrante del derecho de autodeterminación como la partición de
Polonia.
Esta misma autodeterminación de
pertenencia, debería ser pragmáticamente instalada para las formas de gobierno
actuales. Sobre todo en aquellas democracias en crisis, que bien podrían
retornar al sistema monárquico (claro que lo más común sería al revés, sobre
todo sectores de izquierdas o republicanos que creen no serlo, por estar dentro
de un sistema monárquico, aunque más no lo fuese, este mismo, casi
eminentemente simbólico. Pero la idea intelectual es probar siempre caminos
inexplorados o no corrientes). Es decir, se debería establecer una consulta
popular sencilla y fácilmente practicable, para que de tanto en tanto, la
ciudadanía ratifique o rectifique su sistema democrático o que pueda ser
consultado, por ejemplo sí desea retornar o tener por primera vez una monarquía
que lo gobierne.
Tal como expresamos, las
categorías de la filosofía política para continuar determinando sistema de
gobiernos como los que toleramos, no hacen más que contribuir a la confusión
que otorga galardones a las estrellas del mundo académico intelectual que
lucran con la misma, enfangando lo que debería ser una profusa dedicación
teórica para tener un sistema mejor, en una discusión bizantina con autores
fallecidos que perviven en el memorial de esas bibliotecas a los que sólo
acuden estos, obligando a sus educandos a revivirlos, bajo lecturas
soporíferamente obligatorias.
La democracia como definición
conceptual debe ser revisada, redefinia y reconvertida. De hecho en Occidente,
creemos tenerla incluso cuando funciona a la par de sistemas que en su
definición clásica no podrían convivir con ella, como por ejemplo la monarquía.
No es antojadizo este señalamiento de contradicción flagrante, pues desde lo
que se da en llamar el “anarcocapitalismo” uno de sus máximos exponentes,
considera a lo monárquico, mucho mejor, en términos generales y teleológicos
que lo democrático. ¿Monarquía antes que democracia? En su obra “Democracia, el
dios que fallo” Hans Hermann Hoppe expresa con claridad académica y meridiana:
Si el “estado” es el monopolista de la “jurisdicción” lo que hará es, más bien,
“causar y provocar conflictos” precisamente para imponer su monopolio. La
historia de los estados “no es otra cosa que la historia de los millones de
víctimas inocentes del Estado, ciento setenta millones en el siglo XX”. El paso
de la monarquía a la democracia implica que el «propietario» de un monopolio
hereditario -príncipe o rey- es derrocado y cambiado, no por una democracia
directa, sino por otro monopolio: el de los «custodios» o representantes
democráticos temporales. El rey, por lo menos, tendrá baja preferencia temporal
y no explotará exageradamente a sus “súbditos” ni su patrimonio, ya que tiene
que conservar su “reino”. Los políticos habituales del modelo del Estado
democrático actual compiten, no para producir un bien, sino para producir
“males” como el aumento de: 1) los impuestos, 2) del dinero fiduciario, 3) del
papel moneda inflacionario, 4) de la deuda pública, 5) de la inseguridad
jurídica por el exceso de legislación, y 6) las guerras, que se han convertido
en ideológicas y totales desde la intromisión de los EEUU en la Guerra Mundial
I hasta la Guerra de Irak II. “Del mismo modo, la democracia determina la
disminución del ahorro, y la confiscación de los ingresos personales y su
redistribución”.
Sí el mero hecho de la consulta
popular, no ya como consideración de un sistema de democracia semi directa, es
estigmatizado, o señalado como una ejecución plebiscitaria del poder (en donde
el electoralismo, que siempre es definido primordialmente por patrones
económicos primaría, paradojalmente, por sus imposiciones materiales sobre un
electorado necesitado o cautivo) y los deseos de un grupo de ciudadanos,
conculcados, por el democrático hecho de haber perdido una consulta popular,
como los casos señalados en Quebec, Escocia y Cataluña, nos quedaría el reto de
habitar Wirtland. El concepto de
Wirtland es un país que trasciende las fronteras nacionales sin romper ni
disminuir la soberanía de los involucrados. Muchas personas se sienten
impotentes cuando se trata de acontecimientos que ocurren dentro de los
gobiernos de su país de origen, por lo que la creación de un país donde pueden
promulgar cambios y contribuir de manera significativa les hace sentirse mejor.
Esta idea puede convertirse en un movimiento y, dado el tiempo, puede afectar
el cambio en el mundo real. Wirtland es la más nueva alternativa para la
auto-identificación de la gente. Se trata de una alternativa democrática y
pacífica.
El estado virtual de Wirtland,
declara tener un sistema de monarquía constitucional, y pese a que sea innovador
que no cuente con tierra o suelo, se presenta en los dominios de la extensión
de la red, generando, casi sin querer, su mayor contribución a la arena de la
filosofía política; la soberanía reside en un solo lugar del ser humano, de
acuerdo a como lo considere semánticamente, o su corazón o su cerebro, pero
nunca se le puede ser cercenado en nombre de otro, otros u abstracciones
colectivas, cada vez menos creíbles, asequibles e inclusivas.
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