David Pears, en su estudio
académico acerca del Filósofo Wittgenstein, analizaba lo siguiente en lo concerniente a
desde que lugar pensamos o nos piensa el lenguaje: “El lenguaje determina
nuestra visión de la realidad, porque vemos las cosas a través de él. El
lenguaje no tiene una esencia común o, en caso de que la tenga, es mínima y no
explica las conexiones entre sus diversas formas. Tales conexiones son de
naturaleza muy huidiza, algo así como los rostros pertenecientes a los miembros
de una misma familia. Las teorías filosóficas son un producto de la imaginación
y nos ofrecen visiones simples, aunque profundas en apariencia, que nos ciegan
para la complejidad efectiva del lenguaje. El límite del lenguaje no constituye
una frontera regular y continua susceptible de ser reconocida como
infranqueable una vez detectada, se trata, por el contrario, de un laberinto de
fronteras que solo puede ser entendido por quienes han sentido alguna vez la
urgencia de cruzarlas y, además, lo han intentado, viéndose forzados a
retroceder”.
¿No valdría acaso, un solo día de
libertad, a cambio de tus meses y años tristes, detrás de ese escritorio de
madera barata, o de esa aspiración de salir del paro, donde con vergüenza y
pánico, imaginas secretamente una vida diferente, cuando los gritos del
ordenador, del que te ordena, o del orden que se agrupa, mediante la insensatez
de la técnica, de esa razón instrumental que te prohíbe ver el desierto real en
donde afincamos, terminan por ponerte al borde del abismo de sentir que
siquiera el placer te da placer?
¿No cambiarías, toda tu
lamentable jornada, plagada de alimentos que no son tales, meras capsulas que
te instan a que sigas abonando la cuota de energía para el engranaje que te
tiene sujeto, para seguir tolerando los gritos, quejas, y pensamientos
absurdos, y la ordinariez de los comentarios sexuales, exitistas y materiales, atiborradas
de frases comunes, cuando no recurrentes a la figura fálica, o en el mejor
de los casos, defendiendo a ultranza posiciones de minorías, en acciones
insensatas y extremas, por unos minutos de paz cerebral, donde ni las deudas,
ni los compromisos, ni las obligaciones, repriman tus deseos más profundos?.
¿No dejarías escapar ese pájaro
en mano, que vale un poquito más que la canasta familiar, que el sueldo mínimo
y las obligaciones; que te sentencia a lamer incansablemente esas botas,
nacaradas de opulencia e injusticia, por tener la oportunidad de al menos,
mirar pasar, el vuelo libertario de blancas palomas que surquen una tarde de
abril?.
¿Por qué esperas, que las parcas
disfrazadas de accidente, de muerte natural o de crimen, te lleven a la
profundidad del tártaro, sin siquiera haber nadado por las olas, frescas y
refulgentes, de un manantial azulado que te permita respirar oxígeno y pureza?.
¿Por qué te conformas, con estar
debajo del árbol, a la sombra del suceso, aguardando con la espalda gacha, el
lazo que te hunda aún más en el estiércol, sí puedes escalar infinitamente, a
cualquier atalaya, donde la mirada se te nuble ante tanta altura, allí donde
las cimas cortan las nubes y detienen el viento?.
¿Por qué confías en que la
suerte, cambiara la modorra y el desagradable transcurrir de tu fétida rutina,
sí a la vuelta de tu barrio, en la esquina de tu pueblo, en el centro de tu
ciudad, en el corazón de tu país, en el infinito de la comunicación, tu grito,
tu reclamo, tu necesidad, tus ganas, pueden tener un eco mucho más aceptado y
certero, que la endebles e incertidumbre de un giro pernicioso del destino?
¿Quién te ha metido en la cabeza,
que sólo los poderosos, los que mandan, los que tienen, con algunos billetes,
son capaces de despojarte de todo, sin siquiera la posibilidad de dejarte ser,
o de pensar, que límite es una palabra escrita, para ser corrida, una y otra
vez, por el pulso de tu corazón, por la fantasía de una imagen, y por la
realidad de una convicción, que está dentro tuyo, presta para ganarse terreno,
allí donde la quieras poner?
¿Cuántas preguntas más te tengo
que hacer, cuántas horas más permanecerás en la alcoba, creyendo que desde la
almohada te surcará la felicidad, cuantos minutos más dilapidarás, manejándote
como un autómata, escuchando a los mismos de siempre que te dicen querer, y en
vez de apoyarte, te tiran a menos?
¿Cuántas palabras más, frases que suenan lindo, mensajes que llegan
por vaya uno a saber que vía, seguirás recibiendo, y que por la causalidad, que
te la quieren presentar como casualidad, expresan lo mismo, que venís sintiendo
desde hace tiempo, para romper esas cadenas de humo, con el simple hálito de tu
espíritu, que clama y muere, por ese soplido libertario que no te terminas de
animar a lanzar?
¿A cuántas causas más, ridículas,
paranoicas y grandilocuentes, le prestarás tu energía, aquellas que te inventan
demonios de carne inalcanzables, y te presentan escenarios de guerra
intergalácticas, mientras la carroña de tu carne, se te pudre lentamente,
dejando pasar tu verdadero menester, el que te implora un tiempo para tu orden,
tu conexión con tu esencia más querida y cercana, que pese a estar dentro, te
la muestran tan lejana y distante?.
Construir o fundar una tierra,
con una episteme democrática, con un logos democrático, que finalmente devenga
en un corpus democrático, tiene que ver con lo que hagamos cada uno de lo que
creamos o queramos esto, en la dinámica cotidiana de nuestras vidas.
El límite que cada uno de
nosotros, logremos pulverizar, será la línea sucesoria, el hilo de Ariadna, la
continuidad jurídica de este estado pensado para que el ser humano sea tal.
Cada cuál sabrá por donde
comenzar, en que momento fijar el límite de eso que nos quiere trascender como
propio y que por inercia lo queremos ver como tal o natural y que no es más que
la imposición de lo que dejamos de ser.
Fundar este espacio, que anida en
la transgresión de lo que no podríamos realizar, es mucho más sencillo de lo
limitante que impone el poder transmitirlo, por intermedio de estas palabras, y
de los significantes y como se los interprete.
Decir no, a determinada acción, o
ratificarla con un sí, o hesitar en el no se. Lo que fuere, pero que sea, y no
de lo mismo, pues en esa elección, radicará precisamente la ley principal de Democralandia
o Democraburgo.
Habitar espacios, que estén más
allá de un límite geográfico, histórico, gnoseológico, o de cualquier índole,
en donde nos acostumbremos a decidir, será precisamente cuando conquistemos,
fundemos o lleguemos a tales tierras en donde respiremos los principios democráticos
que están cautivos desde el momento mismo en que nos dijeron que eran de acceso
libre y gratuito.
Cuando le tomemos el gusto, forme
parte de nuestro acervo cultural, el decidir, en todo, no solo fundaremos tal
lugar, sino que produciremos el viaje convergente de que todo eso que parece
múltiple y disperso se unifique, se concentre, para que amalgamado y uno, se
constituya en una tierra pródiga y tórrida de libertad, tan plena e impoluta
que nadie con apetencias de dictadorzuelo, tendrá más remedio que redimirse,
que reconvertirse o huir a esa parte de la historia, que la tendremos como
contraejemplo, contraguía, o para tener en claro, desde que fétido muladar
proveníamos como para fundar esta tierra prometida, este edén terrenal, la
tierra sin mal, o aquel cielo del más allá en un acá ni mágico, ni salvífico,
simplemente más ajustado a lo que somos
y dejamos de ser, producto de lo que decidamos.
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