Al ciudadano de a pie, a esos que
dicen que dedican sus horas y su energía los políticos encaramados en el poder,
lo único que les llega a interesar de la cuestión electoral (hablamos de los
que medianamente tienen resuelto el aspecto de la supervivencia y no entran en
la cosificación de la que son víctimas los clientes cautivos de la prebenda y
la dádiva electoral) es ir a votar la menor cantidad de veces posible, en un
año, que en esta temática, amenaza a ser de proporciones desastrosas, para
aquel que no tiene el conchabo, la libada asegurada o no está prendido o
ensortijado en el útero estatal. La política, en códigos democráticos,
transformada en una cuestión de fe, no puede, ni debe, por esta condición de
que existe, básicamente porque no cumple lo que promete, de lo contrario
dejaría de existir, hará lo imposible, para que el deseo ciudadano, este lo más
lejos posible de ser cumplimentado. La obligatoriedad del voto, es la forma que
el sistema ha encontrado para validarse, de lo contrario, sí fuese optativo, y
en esa opción, en caso de que asistieran, de los aptos para votar, menos del
50% de los habilitados, tendría la ciudadanía un elemento más, y decisorio,
como para manifestarse ante sus políticos que llevan a cabo políticas no
democráticas, en nombre de las mismas. De allí que el voto sea obligatorio,
para sacarle, quitarle, birlarle una posibilidad más al hombre en el llano, sin
poder político, para que se organice y reclame, en su no participación una
política más democrática. La saturación de elecciones, es otra forma, otra
manera, de alejar, aún más, a la política de la ciudadanía, de la gente, del
pueblo. De seguir teniéndola cautiva, sometida entre cuatros paredes, violada,
ultrajada y guasqueada, por los mismos de siempre, que la azotan con sus lechazos
furibundos, para que represente el horror, de una criminalidad en continúo,
anatematizada en su normalidad,
vulgarizada en su manifestación cotidiana, de que así nomás tiene que ser,
porque lo dado y lo establecido, no se discute, por nuestras kantianas
limitaciones como para dimensionar la cuestión en sí misma, o la posibilidad de
que sean otros los que dispongan, de distintas maneras los senderos de la cosa
pública. Que nos hagan asistir, hasta el cansancio, obligados, para optar,
entre los candidatos, que ni siquiera fueron elegidos por el ejercicio de una democracia
interna de los partidos (esta es otra forma que tienen de decirnos que la ley
es para ser cumplida por los que no tenemos poder), es la muestra cabal de que
habitamos en una “Sodoma y Gomorra” institucional, en donde todas las vejaciones
están socialmente aceptadas, comunicacionalmente gacetilleadas, siempre y
cuando exista un cuarto oscuro, una apertura de sesiones y los actos protocolares
en donde se rinde homenaje a los hombres del pasado.
En tanto y cuanto la profecía bíblica
no se repita, no existiría complicación alguna, como para seguir como estamos,
simulando que aún creemos en lo que dejamos de creer, aplaudiendo, complícemente
las ignominias a las que someten a nuestros hermanos en nombre de un orden que
no es tal y de una justicia que no es para nada ecuánime.
La voz del pueblo, es la voz de
dios. Sí entonces, y acuerdo al Génesis, “Jehová hizo llover sobre Sodoma y
sobre Gomorra azufre y fuego desde los cielos; destruyó las ciudades, y toda
aquella llanura, con todos los moradores de aquellas ciudades, y el fruto de la
tierra” no es menos probable que los ciudadanos, aquellos que pretenden dejar
de estar bajo la férula de dictadorcillos de poca monta, trajeados de
democráticos, puedan hacer llover amparos,
ante el único poder institucional, que no elige a sus miembros por el simulacro
democrático, para declarar la inconstitucionalidad de la obligatoriedad del
voto.
A los efectos de contribuir con
esta acción salvífica, y más allá, incluso de que esto pueda ser considerado,
mesiánico, no es ni más ni menos, que el armarnos, en el sentido literal, en el
mejor de los sentidos, en defensa de nuestra institucionalidad democrática.
Por supuesto que estamos mucho más
allá de resultados, lo que se pretende es precisamente salvar a nuestro sistema
democrático, que está en riesgo, insistimos, no producto de intenciones
expresas en contra, sino por el constante e irresponsable, uso y abuso que se
hace del mismo, por parte de una dirigencia, en su mayoría estulta que no
entiende ni comprende que la única manera de sostener y consolidar el sistema
del que son los mayores beneficiados, es el de cumplimentando sus reglas
elementales, tanto las formales como las que detentan el espíritu mismo de lo
democrático.
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